La triste vida de Diana de Gales
Es una de las damas que junto a Carolina de Mónaco y Michelle Obama, siempre seguia y admiraba. Más que su status real y su belleza angelical, su humildad y sencilléz fué la que la engrandecio más aún, cuando era capáz hasta de romper el protocolo que la realeza le exigía.
Caracterizada como una mujer de un indefinible sensibilidad y calidad humana, el aroma inmortal de la pricesa Diana vivirá en el corazón de todos los siempre estuvimos pendiente de cada paso que dió en su vida hasta su trágica muerte.
revista Vanity Fair donde habla de toda la
tristeza en la que se vio envuelta esta
inolvidable mujer donde su vida estuvo
notablemente marcada por los veranos.
Leamos....
Nació en verano, se casó en verano y murió en verano.
Repasamos los estíos que marcaron la vida de Diana:
de su boda triste a su final trágico del que ya han
pasado 19 años.
Los veranos de la princesa de Gales marcaron
su vida, incluso su muerte, como un
reloj. Eso sí, el reloj de un cuento de
brujas que señala los minutos que
faltaban para la catástrofe.
su vida, incluso su muerte, como un
reloj. Eso sí, el reloj de un cuento de
brujas que señala los minutos que
faltaban para la catástrofe.
Diana Frances Spencer nació en verano, el
1 de julio de 1961, en Norfolk, Inglaterra.
Se supone que esa debería haber sido una
buena noticia, pero no lo fue tanto para su
padre, Edward John Spencer, que esperaba un
varón. Después de concebir dos chicas (y un
niño que murió al poco de nacer), el deseo
de Spencer era tan fervoroso que ni siquiera
había pensado un nombre femenino.
Diana creció atormentada por la culpa de no
ser lo que sus padres deseaban. Y su madre
se sometió a agotadoras pruebas médicas para
encontrar la causa de su “problema”. Cuando
los Spencer tuvieron un niño, ya era tarde.
En otro verano, el de 1966, la madre de
Diana conoció a un caballero que se
convertiría en su amante. El verano
siguiente se divorció.
ser lo que sus padres deseaban. Y su madre
se sometió a agotadoras pruebas médicas para
encontrar la causa de su “problema”. Cuando
los Spencer tuvieron un niño, ya era tarde.
En otro verano, el de 1966, la madre de
Diana conoció a un caballero que se
convertiría en su amante. El verano
siguiente se divorció.
La desgracia más notable en la vida de Diana
se llamó Carlos. Y, cómo no, empezó otro
verano. En realidad, al príncipe de Gales le
gustaba la hermana de Diana, Sarah. Salieron
juntos una temporada, pero su falta de
iniciativa sexual siempre molestó a la
joven.
Y a él tampoco le agradaba la soltura con
que ella se despachaba en la prensa. En una
entrevista con Woman’s Own, Sarah confesó un
problema con el alcohol y una expulsión del
colegio. Admitió que era anoréxica y muy
aficionada a los muchachos. Acusó al
príncipe de ser bastante lento en el
cortejo. Describió su relación con él como
“de hermanos”. Y anunció que, si él la pedía
en matrimonio, ella se negaría. De hecho,
después de semejante entrevista, esa no era
una posibilidad. Con los años, el padre de
Diana empezaría a salir con Raine Legge,
condesa de Dartmouth, mujer atractiva –y
casada– a la que los niños Spencer
detestaban. El conde se casó con ella, pero
no invitó a la boda a sus hijos. Ni siquiera
les informó. Se enteraron por el periódico.
La ceremonia se celebró en 1976, por
supuesto en verano. Los británicos son muy
rigurosos en cuanto a fechas y temporadas
para la caza o las festividades. Y desde el
principio, los veranos de Lady Di fueron la
estación oficial de los desastres.
se llamó Carlos. Y, cómo no, empezó otro
verano. En realidad, al príncipe de Gales le
gustaba la hermana de Diana, Sarah. Salieron
juntos una temporada, pero su falta de
iniciativa sexual siempre molestó a la
joven.
Y a él tampoco le agradaba la soltura con
que ella se despachaba en la prensa. En una
entrevista con Woman’s Own, Sarah confesó un
problema con el alcohol y una expulsión del
colegio. Admitió que era anoréxica y muy
aficionada a los muchachos. Acusó al
príncipe de ser bastante lento en el
cortejo. Describió su relación con él como
“de hermanos”. Y anunció que, si él la pedía
en matrimonio, ella se negaría. De hecho,
después de semejante entrevista, esa no era
una posibilidad. Con los años, el padre de
Diana empezaría a salir con Raine Legge,
condesa de Dartmouth, mujer atractiva –y
casada– a la que los niños Spencer
detestaban. El conde se casó con ella, pero
no invitó a la boda a sus hijos. Ni siquiera
les informó. Se enteraron por el periódico.
La ceremonia se celebró en 1976, por
supuesto en verano. Los británicos son muy
rigurosos en cuanto a fechas y temporadas
para la caza o las festividades. Y desde el
principio, los veranos de Lady Di fueron la
estación oficial de los desastres.
En julio de 1980, Carlos y Diana
coincidieron en casa de un amigo común.
Ella le habló de la tristeza que percibía
en él. Él, conmovido, trató de besarla.
Con cierta brusquedad, según sus biógrafos.
Diana no aceptó el intempestivo beso ni la
subsiguiente invitación para regresar juntos
a Londres. Pero no pudo negarse a una semana
navegando en el yate real. Como ella era
virgen, y él ya estaba enamorado de Camilla
Parker Bowles, el resto del verano estuvo
salpicado de castos e inocentes
jueguecillos. Al fin, en septiembre, el
príncipe invitó a Diana a Balmoral, la
residencia de descanso de los Windsor en
Escocia. Era la hora del examen de la
familia real, una rigurosa prueba que,
lamentablemente, Diana aprobaría.
El 29 de julio de 1981, a las 5:00 AM,
Diana Spencer despertó en Clarence House,
la residencia londinense de la reina madre
de Inglaterra. Había vomitado toda la noche
y se sentía “como un cordero entrando al
matadero”. Estaba lista para convertirse en
princesa de Gales.
Diana Spencer despertó en Clarence House,
la residencia londinense de la reina madre
de Inglaterra. Había vomitado toda la noche
y se sentía “como un cordero entrando al
matadero”. Estaba lista para convertirse en
princesa de Gales.
3.500 invitados acudieron a la catedral de
St. Paul. La inexpresiva reina Isabel logró
sonreír, quizá por única vez, con ternura.
Pero la verdadera euforia esperaba a los
novios fuera del templo. Dos millones de
asistentes siguieron por las calles a la
carroza de los recién casados.
El dispositivo de seguridad contaba con
5.000 policías. Para que nada afeara el
momento, los caballos de la escolta habían
recibido un alimento especial que los hacía
defecar heces del mismo color que el
asfalto.
Las 750 millones de telespectadores que
siguieron el evento no vieron ningún
excremento. Solo la luminosa felicidad de
la nueva princesa.
Más adelante, Diana le confesaría al
periodista Andrew Morton: “Estaba tan
enamorada de mi marido que apenas podía
dejar de mirarlo. Me creía la chica más
afortunada del mundo”. Pero lo cierto es que
Carlos no era un gran apoyo. Ni él ni ningún
otro miembro de la familia real habían
tenido un gesto de atención ante la
desmedida presión mediática que sufría
Diana y que estaba desquiciando sus nervios.
Para los Windsor, era parte de su nuevo
trabajo. Ya se acostumbraría.
periodista Andrew Morton: “Estaba tan
enamorada de mi marido que apenas podía
dejar de mirarlo. Me creía la chica más
afortunada del mundo”. Pero lo cierto es que
Carlos no era un gran apoyo. Ni él ni ningún
otro miembro de la familia real habían
tenido un gesto de atención ante la
desmedida presión mediática que sufría
Diana y que estaba desquiciando sus nervios.
Para los Windsor, era parte de su nuevo
trabajo. Ya se acostumbraría.
Resultó que Diana lo hacía mucho mejor
que ellos. Era dueña de un carisma natural.
A pesar de su pánico durante la boda, supo
mantener el tipo en todo momento. Y a
partir de ese día, su popularidad sería
siempre mucho mayor que la de su soso y
distante marido. Pero nadie se lo reconocía.
Nadie en su nuevo entorno era capaz siquiera
de tener una relación cálida con ella. Y
Carlos menos que nadie.
que ellos. Era dueña de un carisma natural.
A pesar de su pánico durante la boda, supo
mantener el tipo en todo momento. Y a
partir de ese día, su popularidad sería
siempre mucho mayor que la de su soso y
distante marido. Pero nadie se lo reconocía.
Nadie en su nuevo entorno era capaz siquiera
de tener una relación cálida con ella. Y
Carlos menos que nadie.
La noche de bodas no sirvió para mejorar las
cosas. Sobre la chimenea de su dormitorio —
el mismo en el que la reina había pasado su
noche de bodas— colgaba una pintura francesa
del siglo XVIII con una leyenda
descorazonadora: “Consideración, ternura,
cariño, todo termina en este día. Pronto
Hymen huirá llevándose el amor y la
alegría”.
Hymen es el dios griego del matrimonio.
En castellano resulta un nombre muy apropiado
para describir la situación de aquella noche
que, con el tiempo, la propia Diana
contaría así: “Yo había leído todo aquello
sobre el arrebato de la pasión y la tierra
temblando, pero no fue así. Apenas duró un
instante. Me quedé ahí, pensando: ‘¿Era eso?
¿De eso se trataba aquello de lo que todo el
mundo habla? Adentro, afuera y a dormir...”.
En defensa de Carlos, cabe señalar que
tampoco quedó muy impresionado por las
habilidades de su consorte. La inexperiencia
y la bulimia no producen grandes amantes.
cosas. Sobre la chimenea de su dormitorio —
el mismo en el que la reina había pasado su
noche de bodas— colgaba una pintura francesa
del siglo XVIII con una leyenda
descorazonadora: “Consideración, ternura,
cariño, todo termina en este día. Pronto
Hymen huirá llevándose el amor y la
alegría”.
Hymen es el dios griego del matrimonio.
En castellano resulta un nombre muy apropiado
para describir la situación de aquella noche
que, con el tiempo, la propia Diana
contaría así: “Yo había leído todo aquello
sobre el arrebato de la pasión y la tierra
temblando, pero no fue así. Apenas duró un
instante. Me quedé ahí, pensando: ‘¿Era eso?
¿De eso se trataba aquello de lo que todo el
mundo habla? Adentro, afuera y a dormir...”.
En defensa de Carlos, cabe señalar que
tampoco quedó muy impresionado por las
habilidades de su consorte. La inexperiencia
y la bulimia no producen grandes amantes.
Aún les quedaba la luna de miel. Diana
albergaba la esperanza de que un paseo por
el Mediterráneo a bordo del yate real
Britannia relajaría los ánimos. Pero a
bordo de aquel barco la espontaneidad era
indeseable y la intimidad, imposible. Las
cubiertas de teca del Britannia eran
majestuosas y la pasarela real jamás
superaba los 12 grados de inclinación. La
plata siempre estaba pulida y las flores,
frescas. Aunque contaba con casi trescientos
tripulantes, las labores del personal
alrededor de la pareja real se debían
realizar en silencio sepulcral y antes de la
ocho de la mañana. Llevaban suelas especiales
para no hacer ruido al andar y, de toparse
con un miembro de la pareja, debían ponerse
firmes y mirar al frente hasta que pasaran.
“Relajante” no es la palabra. Además, el
viaje puso de relieve lo diferentes, acaso
incompatibles, que eran los príncipes de
Gales. Carlos se pasaba el día leyendo
libros del filósofo y amigo sir Laurens van
der Post, que sería después padrino del
príncipe Guillermo. Su idea de la diversión
en cada almuerzo era analizarlos uno a uno
La princesa, en cambio, bajaba a divertirse
con los marineros, tocando el piano o
charlando. Ella quería vacaciones de la
vida pública, pero cada vez que paraban en
un lugar, eran recibidos con honores de
estado. Diana exigía abiertas
manifestaciones de cariño. Carlos estaba
incapacitado para darlas. Y lo del sexo,
según aseguró ella misma a su biógrafo,
tampoco se arregló.
Durante ese viaje, la princesa continuó
vomitando. Y llorando a escondidas. Y
llevándose sorpresas desagradables, como la
foto de Camilla Parker Bowles que se deslizó
del diario de su esposo. O la peor de todas:
los gemelos, que Carlos llevaba puestos
durante una recepción, que representaban dos
letras C amorosamente entrelazadas. Habían
sido un desafiante regalo de su amante.
DESILUSIÓN EN MARIVENT
La pesadilla veraniega de Lady Di tenía un
escenario glorioso: Balmoral. Adquirido por
la reina Victoria a mediados del siglo XIX,
el castillo de Balmoral está situado en
medio del imponente paisaje de las Highlands
escocesas, y sus jardines son objeto de
admiración en todo el mundo. Al principio,
Diana lo consideraba su lugar favorito. Pero
no conocía bien a su familia política.
escenario glorioso: Balmoral. Adquirido por
la reina Victoria a mediados del siglo XIX,
el castillo de Balmoral está situado en
medio del imponente paisaje de las Highlands
escocesas, y sus jardines son objeto de
admiración en todo el mundo. Al principio,
Diana lo consideraba su lugar favorito. Pero
no conocía bien a su familia política.
Según Martin Gitlin, biógrafo de la princesa,
la familia real tenía normas rigurosas: era
obligatorio asistir a todas las comidas para
escuchar conversaciones aburridas sobre
gente muerta y canciones antiguas. Después,
los caballeros se encerraban a fumar y las
damas desaparecían de su vista.
Para escándalo general, Diana no andaba
sobrada de modales reales. Ni siquiera
había crecido en una familia que se reuniera
cada tarde para cenar. Sus ausencias en la
mesa fueron interpretadas como un desplante,
y amargaron mucho su relación con la reina.
la familia real tenía normas rigurosas: era
obligatorio asistir a todas las comidas para
escuchar conversaciones aburridas sobre
gente muerta y canciones antiguas. Después,
los caballeros se encerraban a fumar y las
damas desaparecían de su vista.
Para escándalo general, Diana no andaba
sobrada de modales reales. Ni siquiera
había crecido en una familia que se reuniera
cada tarde para cenar. Sus ausencias en la
mesa fueron interpretadas como un desplante,
y amargaron mucho su relación con la reina.
El contraste entre su miserable vida privada
y su esplendorosa vida pública convirtió a
Lady Di en la primera profesional de la
imagen personal. Ejemplo de su talento son
las fotos de sus veranos españoles junto a
los Borbón, en el palacio mallorquín de
Marivent. Se suele creer que Diana escogió
pasar las vacaciones en España para escapar
del aburrimiento de Balmoral. Al contrario,
la idea fue de Carlos, por su aprecio al rey
de España. Y fue una mala idea. El verano de
1986 se convirtió en el velatorio de su
relación.
Nada más llegar a la isla, el 7 de agosto,
Diana y Carlos, junto a sus dos hijos, se
embarcaron en el Fortuna, yate de la Corona
española, para seguir la Copa del Rey de
vela. Y ese domingo, para aplacar a los
periodistas que se amontonaban a su paso,
don Juan Carlos organizó una sesión de fotos
en Marivent. De esas escapadas provienen las
instantáneas que documentan el viaje.
Muestran a una Diana radiante que disfruta
del mar junto a su familia. La verdad es que
ella y Carlos llevaron agendas separadas: él
pintaba acuarelas en Valldemossa mientras
ella tomaba el sol en las playas del sur. En
algunas fotos, el rey Juan Carlos parece
observar embelesado a una coqueta princesa
de Gales.
Llegaron a correr rumores sobre un affaire
entre ambos. Una biografía de Lady Di
firmada por Lady Colin Campbell destacaba
que, en Mallorca, la princesa convirtió a
don Juan Carlos en su confidente. Otra
biografía, la de José Martí Gómez, afirma
que en Marivent descubrió “la libertad”, e
incluso quiso comprar una casa en la isla.
En realidad, según el periodista Andrew
Morton, amigo de Diana y autor de una
larguísima entrevista convertida en
biografía, ella no soportaba a don Juan
Carlos, a quien consideraba demasiado
playboy para su gusto. “El primer viaje a
Mallorca —le contó Diana— lo pasé entero con
la cabeza en el water. Lo detesté.
Todos estaban obesionados con que Carlos era
la criatura más maravillosa del mundo. ¿Y
quién es la chica que viene con él? Yo sabía
que llevaba dentro algo que no les dejaba
ver, y que no sabía usar, no sabía
enseñarles. Me sentí incomodísima”.
La adoración de Carlos por su madre los
separó aún más. Diana siempre se sintió
postergada por su esposo en favor de Isabel
II. E incluso en la distancia continuaba
siendo así. Cinco días después de su
llegada, el diario El País se extrañaba por
el repentino regreso de Carlos a Inglaterra.
El periódico sospechaba que se debía a un
exámen médico de la reina, aunque admitía
que la señora se encontraba perfectamente. A
continuación, la noticia señalaba que, de
todos modos, Diana y sus hijos permanecerían
en Marivent. El titular rezaba: “Lady Di,
enamorada de Mallorca”. Se equivocaba. La
princesa no se quedaba por amor, sino todo
lo contrario.
separó aún más. Diana siempre se sintió
postergada por su esposo en favor de Isabel
II. E incluso en la distancia continuaba
siendo así. Cinco días después de su
llegada, el diario El País se extrañaba por
el repentino regreso de Carlos a Inglaterra.
El periódico sospechaba que se debía a un
exámen médico de la reina, aunque admitía
que la señora se encontraba perfectamente. A
continuación, la noticia señalaba que, de
todos modos, Diana y sus hijos permanecerían
en Marivent. El titular rezaba: “Lady Di,
enamorada de Mallorca”. Se equivocaba. La
princesa no se quedaba por amor, sino todo
lo contrario.
El año siguiente, Diana había dado un paso
más en la separación entre su vida privada y
la pública. Mientras continuaba cumpliendo
sus funciones frente a las cámaras, su
relación íntima con el capitán de caballería
James Hewitt se hacía cada vez más profunda
y difícil de esconder. Las vacaciones
volvieron a ser en Mallorca, y volvieron a
ser tirantes. Pero, esta vez, Diana estaba
resuelta a encontrar una solución.
En Marivent citó a su jefe de seguridad, Ken
Wharfe, y le notificó oficialmente que tenía
un amante, para que tomase las debidas
precauciones. Más allá de su lealtad a la
corona, Wharfe comprendió la situación. Lo
consideró “un polvo de protesta”.
España aún marcaría un hito más en la
relación entre Diana y los medios. En 1994,
el fotógrafo Diego Arrabal consiguió
fotografiarla en top less en un hotel de
Málaga. Una publicación española pagó 1,2
millones de euros por esas fotos. Pero nunca
las publicó. Según el fotógrafo, la revista
las canjeó a cambio del apoyo de Diana a su
edición inglesa. Fue la máxima expresión de
poder de Diana, cuando con una llamada fue
capaz de hacer tirar a la basura más de un
millón de euros. Un poder tan peligroso que
terminaría por costarle la vida.
EN BRAZOS DEL ‘PLAYBOY’
Dodi Al Fayed se parecía a Carlos, al menos
en su relación paterno-filial. Según destaca
Tina Brown en su libro 'The Diana
Chronicles', al igual que el príncipe, Dodi
era un niño mimado, criado por un padre
ausente y millonario que complacía todos sus
caprichos, pero no todas sus necesidades
emocionales. Fue el duque de Edimburgo quien
casi ordenó a Carlos que cortejase a una
joven Diana. Y fue el comerciante egipcio
Mohamed Al Fayed quien, 16 años después, lo
hizo con su hijo.
en su relación paterno-filial. Según destaca
Tina Brown en su libro 'The Diana
Chronicles', al igual que el príncipe, Dodi
era un niño mimado, criado por un padre
ausente y millonario que complacía todos sus
caprichos, pero no todas sus necesidades
emocionales. Fue el duque de Edimburgo quien
casi ordenó a Carlos que cortejase a una
joven Diana. Y fue el comerciante egipcio
Mohamed Al Fayed quien, 16 años después, lo
hizo con su hijo.
La diferencia estaba en quiénes eran esos
padres. El duque de Edimburgo tenía sangre
azul por la dinastía de Schleswig-Holstein-
Sonderburg-Glücksburg. El cuento de hadas
era una obligación impuesta por siglos de
tradición. En cambio, Mohamed era un
arribista en el sentido clásico. Obsesionado
con la realeza, se abría paso hacia ella a
golpe de chequera. Había comprado la tienda
de los aristócratas, Harrod’s, el hotel de
los aristócratas, el Ritz de París, y lo más
extravagante, la residencia del Bois de
Boulogne que habían ocupado Wallis Simpson y
Eduardo VIII, el rey que abdicó por amor.
Para Al Fayed, el cuento de hadas era otra
exclusiva mercancía. Él era la versión
McDonalds del duque de Edimburgo. Para
Diana, el verano de 1997 fue un remake (de
menos presupuesto) de su superproducción
de 1981.
Dodi Al Fayed, excocainómano, jet setter a
tiempo completo y party animal por
vocación, estaba listo para casarse con la
modelo Kelly Fisher. Tan listo que le había
comprado un anillo de zafiros y diamantes de
118.000 libras cuando las libras valían el
doble que los dólares y los euros no
existían. Tan listo que tenían fecha de boda
el 9 de agosto. Pero tan sólo un mes antes,
un meteorito escindido del planeta Windsor
se estrelló contra sus planes.
tiempo completo y party animal por
vocación, estaba listo para casarse con la
modelo Kelly Fisher. Tan listo que le había
comprado un anillo de zafiros y diamantes de
118.000 libras cuando las libras valían el
doble que los dólares y los euros no
existían. Tan listo que tenían fecha de boda
el 9 de agosto. Pero tan sólo un mes antes,
un meteorito escindido del planeta Windsor
se estrelló contra sus planes.
El 14 de julio, siempre según Tina Brown,
Mohamed convocó a su hijo a reunirse con él
en París. Había invitado a Lady Di a pasar
unos días de descanso en su yate, el
Jonikal. Con sus 63,5 metros de eslora, era
uno de los más largos del mundo. Mohamed
acababa de comprarlo y ahora correspondía a
Dodi seducir a Diana y amortizarlo. En
cuanto a su novia, Kelly Fisher... Bueno,
¿quién cuernos era Kelly Fisher?
Mohamed convocó a su hijo a reunirse con él
en París. Había invitado a Lady Di a pasar
unos días de descanso en su yate, el
Jonikal. Con sus 63,5 metros de eslora, era
uno de los más largos del mundo. Mohamed
acababa de comprarlo y ahora correspondía a
Dodi seducir a Diana y amortizarlo. En
cuanto a su novia, Kelly Fisher... Bueno,
¿quién cuernos era Kelly Fisher?
En un principio, Diana aceptó la invitación
por falta de opciones. El verano se
extendía ante ella como un desierto. Según
el acuerdo de custodia, sus hijos pasaban
las vacaciones en Balmoral con su familia
paterna, el último lugar donde ella quería
alojarse. Su amante de los últimos dos años,
el cirujano pakistaní Hasnat Kahn, acababa
de dejar claro que no pensaba hacer pública
su relación. Diana no tenía con quién estar.
Y quedarse en casa era imposible, porque su
casa era el Palacio de Kensington. La había
redecorado tras su divorcio y, según el
biógrafo Martin Gitlin, se respiraba una
atmósfera más alegre, con flores y música
clásica. Las pinturas y ornamentos militares
habían sido reemplazados por paisajes, y las
mucamas y el mayordomo recibían a los
visitantes con menos solemnidad. Aún así,
estaba lleno de recuerdos y vacío de amigos.
por falta de opciones. El verano se
extendía ante ella como un desierto. Según
el acuerdo de custodia, sus hijos pasaban
las vacaciones en Balmoral con su familia
paterna, el último lugar donde ella quería
alojarse. Su amante de los últimos dos años,
el cirujano pakistaní Hasnat Kahn, acababa
de dejar claro que no pensaba hacer pública
su relación. Diana no tenía con quién estar.
Y quedarse en casa era imposible, porque su
casa era el Palacio de Kensington. La había
redecorado tras su divorcio y, según el
biógrafo Martin Gitlin, se respiraba una
atmósfera más alegre, con flores y música
clásica. Las pinturas y ornamentos militares
habían sido reemplazados por paisajes, y las
mucamas y el mayordomo recibían a los
visitantes con menos solemnidad. Aún así,
estaba lleno de recuerdos y vacío de amigos.
Tampoco había mucha gente dispuesta a
invitarla a su casa. No llegaba sola, sino
con la estela de un ejército de paparazzi. Y
por miedo a ser espiada, ella prescindía de
cualquier escolta real. Por lo tanto, sus
anfitriones debían contratar una guardia de
seguridad contra los teleobjetivos,
protegiendo las ventanas, los basureros, a
los vecinos y a los parientes. Por rico que
uno sea, es demasiado. Al Fayed y su hijo —
con dispositivos de seguridad a la altura de
jefes de Estado—eran de los pocos que podían
hacer frente a la situación. Y dado que Lady
Di encarnaba su sueño aristocrático, estaban
dispuestos a disfrutar de ella.
Pero en los primeros días del paseo, Dodi
se convirtió en algo más. No un amigo ni un
novio. Una venganza. Camilla Parker Bowles
cumple años el 17 de julio y ese año Carlos
lo celebró tan públicamente como era
posible, precisamente en Highgrove,
Gloucestershire, su antiguo hogar familiar.
La fiesta era un símbolo de la victoria de
su archienemiga. Diana estaba dolida. Dodi,
por su parte, era atento, no escatimaba en
detalles caros y, sobre todo, resultaba lo
suficientemente egipcio, plebeyo y
advenedizo como para irritar de verdad a los
Windsor. La Lady Di que subió al Jonikal se
parecía a la del yate Britannia, pero la
inocencia había desaparecido: ahora era la
mujer más famosa del mundo, y sabía utilizar
los recursos de la prensa. Se aseguró de que
le realizasen varias fotos a bordo del
barco, acompañada por un Dodi de torso
desnudo. Cuando aparecieron en la prensa,
llamó personalmente al fotógrafo, no para
quejarse por la invasión de su intimidad,
sino para preguntar por qué habían quedado
borrosas.
se convirtió en algo más. No un amigo ni un
novio. Una venganza. Camilla Parker Bowles
cumple años el 17 de julio y ese año Carlos
lo celebró tan públicamente como era
posible, precisamente en Highgrove,
Gloucestershire, su antiguo hogar familiar.
La fiesta era un símbolo de la victoria de
su archienemiga. Diana estaba dolida. Dodi,
por su parte, era atento, no escatimaba en
detalles caros y, sobre todo, resultaba lo
suficientemente egipcio, plebeyo y
advenedizo como para irritar de verdad a los
Windsor. La Lady Di que subió al Jonikal se
parecía a la del yate Britannia, pero la
inocencia había desaparecido: ahora era la
mujer más famosa del mundo, y sabía utilizar
los recursos de la prensa. Se aseguró de que
le realizasen varias fotos a bordo del
barco, acompañada por un Dodi de torso
desnudo. Cuando aparecieron en la prensa,
llamó personalmente al fotógrafo, no para
quejarse por la invasión de su intimidad,
sino para preguntar por qué habían quedado
borrosas.
El egipcio, por su parte, compartía con ella
cierto sentido escénico de la situación. El
último día de su vida, durante una de sus
huidas de los paparazzi, llevó a la princesa
a la residencia del Bois de Boulogne, la de
Wallis Simpson y Eduardo VIII. Aquel
monumento a la lucha entre el amor y las
obligaciones reales resultaba, dadas las
circunstancias, el refugio más retorcido.
Dodi y Diana tenían un objetivo común: los
dos querían que el mundo los viera.
cierto sentido escénico de la situación. El
último día de su vida, durante una de sus
huidas de los paparazzi, llevó a la princesa
a la residencia del Bois de Boulogne, la de
Wallis Simpson y Eduardo VIII. Aquel
monumento a la lucha entre el amor y las
obligaciones reales resultaba, dadas las
circunstancias, el refugio más retorcido.
Dodi y Diana tenían un objetivo común: los
dos querían que el mundo los viera.
La última noche, la pareja hizo una verdadera
gira. Del Ritz al apartamento de Dodi. De
ahí a un bistrot, con inesperado cambio de
ruta de vuelta al Ritz. Del restaurante del
hotel a la suite imperial. Regreso al
apartamento. Siempre seguidos por una nube
de fotógrafos en ruidosas motocicletas.
Los guardaespaldas estaban enloquecidos
¿Por qué no cenaron en casa? ¿O en el hotel,
que era de Dodi? Porque las cámaras no eran
un estorbo. Eran el objetivo.
gira. Del Ritz al apartamento de Dodi. De
ahí a un bistrot, con inesperado cambio de
ruta de vuelta al Ritz. Del restaurante del
hotel a la suite imperial. Regreso al
apartamento. Siempre seguidos por una nube
de fotógrafos en ruidosas motocicletas.
Los guardaespaldas estaban enloquecidos
¿Por qué no cenaron en casa? ¿O en el hotel,
que era de Dodi? Porque las cámaras no eran
un estorbo. Eran el objetivo.
Semanas antes, Diana había preparado las
instantáneas del yate para lastimar a Carlos
y Camillia. Ahora, Dodi tenía preparada toda
una sesión de fotos. Había contratado a un
publicista e iba filtrando sus paradas
para que la prensa pudiese seguirlos. En su
cultura familiar, esas imágenes eran tan
valiosas como el propio Ritz. O como la casa
en el Bois de Boulogne. Al final, su única
utilidad fue defender una teoría de la
conspiración: la familia Al Fayed siempre ha
sostenido que su hijo y la princesa fueron
asesinados porque la familia real no podía
permitir que se casase con un egipcio.
instantáneas del yate para lastimar a Carlos
y Camillia. Ahora, Dodi tenía preparada toda
una sesión de fotos. Había contratado a un
publicista e iba filtrando sus paradas
para que la prensa pudiese seguirlos. En su
cultura familiar, esas imágenes eran tan
valiosas como el propio Ritz. O como la casa
en el Bois de Boulogne. Al final, su única
utilidad fue defender una teoría de la
conspiración: la familia Al Fayed siempre ha
sostenido que su hijo y la princesa fueron
asesinados porque la familia real no podía
permitir que se casase con un egipcio.
Hoy en día, en Harrod’s, donde una copa de
vino cuesta 17 euros, un altar recuerda a la
pareja. Velas, champán y una fuente
constituyen el homenaje, junto al supuesto
anillo de bodas que Dodi compró para Diana.
Pero no resulta verosímil que ese anillo
fuese de compromiso: costó 110.000 libras
menos que el que Dodi había comprado para
Kelly Fisher ¿Y quién cuernos era Kelly
Fisher?
vino cuesta 17 euros, un altar recuerda a la
pareja. Velas, champán y una fuente
constituyen el homenaje, junto al supuesto
anillo de bodas que Dodi compró para Diana.
Pero no resulta verosímil que ese anillo
fuese de compromiso: costó 110.000 libras
menos que el que Dodi había comprado para
Kelly Fisher ¿Y quién cuernos era Kelly
Fisher?
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